domingo, 28 de junio de 2009

InLaNd EmPiRe

  • Nacionalidad: USA, Polonia y Francia, 2006
  • Dirección y guión: David Lynch.
  • Producción: David Lynch y Mary Sweeney.
  • Fotografía: Odd-Geir Saether.
  • Reparto: Laura Dern (Nikki Grace/Susan Blue), Jeremy Irons (Kingsley Stewart), Justin Theroux (Devon Berk/Billy Side), Harry Dean Stanton (Freddie Howard), William H. Macy (anunciador), Jan Hench (Janek), Bellina Logan (Linda), Amanda Foreman (Tracy), Diane Ladd (Marilyn Levens), Kristen Kerr (Lori), Julia Ormond (Doris Side).
  • Montaje: David Lynch.
  • Dirección artística: Christina Wilson y Wojciech Wolniak.
  • Vestuario: Heidi Bivens y Karen Baird.
  • Duración: 178 min.

Un recorrido laberíntico hacia el inconsciente

El reto a la hora de hablar de Inland Empire es darle un sentido completo a la obra. La trama, aunque parezca difícil de dilucidar, está presente, pero viene acompañada de tanta escena onírica desencajada de la historia que la película se convierte en un caótico paseo por un laberinto de modo que cuando parece que se alcanza la salida nos devuelve a un punto anterior por el que ya hemos pasado.

La historia nos presenta a una mujer a la que tras varios años al margen del negocio del cine se le ofrece la oportunidad de volver a él. Tras liarse con el co-protagonista de la película empieza a confundir el plano de la realidad y la ficción para desvelarnos al final la debilidad del personaje: una mujer que se siente prostituida en su vida matrimonial y en su vida profesional.

Desde su estreno en 2007 muchas han sido las teorías que se han planteado entorno a ella, consiguiendo a la par los elogios de la crítica (fue elegida como mejor película de 2007 por los críticos de Cahiers-España) e insultos de la mayoría de espectadores.

Las piezas pérdidas del puzzle

David Lynch es un director muy ligado a lo onírico y surrealista que a lo largo de su carrera ha ido despegándose cada vez más del plano narrativo y se ha acercado a la experimentación con los sentidos. Desde Twin Peaks ha estado presente esa dimensión surrealista que en la serie se empleó como una apuesta por la estética y lo simbólico, pero todavía primaba una trama coherente o clásica en cierto sentido. Lo importante era la acción, y lo simbólico aparecía cubriéndolo todo pero en un segundo plano. Ya con Mulholland Drive (2001) se adentra totalmente en el mundo de los sueños y lo simbólico construyendo un puzzle en el que el espectador tiene que encajar las piezas para extraer algo coherente. Lo importante es esa sensación de incoherencia que encierra muy al fondo una historia coherente. En Mulholland Drive, con la que comparte la temática de la industria del cine, haciendo un esfuerzo y empleando ciertas pistas que ofrece su director todavía somos capaces de reconstruir la historia.

Con Inland Empire, ese juego que se propone al espectador por desentrañar el misterio de la película se complica hasta el punto de que faltan piezas para poder comprender la historia, al tiempo que sobran otras, empleadas para empantanar la resolución. Las piezas sobrantes encriptan aún más la trama y se emplean, además de para el despiste, para la pura recreación en la imagen. El inconsciente más profundo de Lynch aparece plasmado en imágenes imposibles de interpretar acertadamente porque tendríamos que ser Lynch o al menos conocerlo. Si podemos darles un sentido propio, convirtiéndose la película en algo diferente según el espectador que la contemple.

Fundamental es la interpretación de la protagonista que aprueba con nota el dar sentimientos a un personaje carente de una personalidad coherente. Laura Dern consigue convertir en una verdadera mujer a Nikki, o Sue (nombre que recibe en la película que lleva a cabo dentro del filme) y transmitir el desequilibrio emocional en esos abundantes primeros planos donde la expresividad es fundamental. Su rostro consigue ser tan desequilibrado como la “estructura” de la película.

El metacine anticinematográfico

Hablo de estructura entre comillas porque no parece que la haya, ya que la sucesión de escenas no sigue el principio de causa-efecto pero tampoco parece haber una secuencialización que siga ningún tipo de asociación. El inconsciente es lo que predomina, el azar de las escenas que bien podrían haberse secuncializado de cualquier otra manera. El recorrido que se nos propone es el de una persona que ha perdido toda referencia de la realidad y vive atrapada en su mundo interior.

El rodaje se alargó durante tres años: al principio, gracias al empleo de una cámara de vídeo digital, sólo estaban presentes el director y la actriz principal para más tarde incorporarse un verdadero equipo de rodaje. Esta forma de trabajar, no sobre guión, sino sobre el montaje le permitía grabar y grabar escenas conforme se le ocurrían sin conocer, como el propio Lynch ha declarado, a dónde quería llegar. Y visto el resultado parece que tampoco quiso llegar a ningún sitio en particular a través del montaje.

Inland Empire parece estar dividida en dos películas: una primera parte en la que haciendo un pequeño esfuerzo nos parece comprender de que va la historia y hacia donde se dirige y una segunda en la que se produce un desvío y ya no podemos volver a la carretera principal. Ese desvío de la realidad y de la historia nos conduce una y otra vez a las mismas escenas. La linealidad se rompe para construir una “estructura” en espiral de la que no podemos escapar. Ese retorno sin embargo no se produce para ir dando a conocer al espectador los datos necesarios para la comprensión, sino que cada vuelta atrás añade nuevos matices que empantanan aún más la posible interpretación.

El formato de vídeo digital ayuda a construir la inestabilidad de la ausencia de coherencia de la totalidad del filme. Los planos cámara al hombro y tan cercanos a los personaje provocan el desvío de la mirada clásica y ofrecen una imagen alejada de la cinematográfica convencional, carente del característico grano del 35mm. Además los personajes parecen estar desvinculados del fondo, como si estuvieran en planos diferentes que han sido superpuestos en el montaje.

En toda la película tenemos consciencia de la presencia de la cámara, de que hay alguien registrando los acontecimientos que vemos, rompiendo la ilusión de la invisibilidad.

El empleo de la luz se hace también visible revelando la existencia de un demiurgo que todo lo controla. El paso de la oscuridad al descubrimiento por la llegada de la luz en ciertas escenas o la ya recurrente lámpara roja evidencian la artificialidad de la iluminación. En la película todo es artificio: sólo hace falta recordar la críptica escena de los conejos que parecen representar unasitcom. No hay escena más artificial que ésta en la película y con menos sentido.

La música aparece poco y en un segundo plano, a excepción de una escena en la que los protagonistas interpretan a sus personajes en el filme que se está rodando. En ella, la música se eleva hasta hacerse notar en primer plano su presencia. El resto del tiempo la ausencia es casi total reforzando la tensión surgida de los numerosos silencios y diálogos anticinematográficos.

El metacine es protagonista del filme, pues la excusa que arranca la “historia” es el rodaje de una película. Además los mecanismos señalados arriba para manifestar la manipulación de la historia es otra forma de reflexionar sobre la construcción del cine. Una opción para el espectador es ésta: apostar porque la película de Lynch nos es más que una reflexión sobre el cine en todos sus aspectos, construída en función de todo aquello que es anticinematográfico.

La sinrazón

La sensación final después de tres horas de completa atención a la película, por no perdernos el dato esperado que dará sentido a toda la historia y que nunca llega, es, en principio, la decepción. En un primer momento se puede pensar que nos han tomado el pelo, que Lynch nos ha mareado de aquí para allá para acabar riéndose de nosotros. Pero en un segundo momento de reflexión hay que reconocer a Inland Empire ciertas cosas. Precisamente que nos mantiene atentos y sin pestañear las tres horas que dura la cinta y ¿cómo consigue esto? Estableciendo un juego con el espectador, que se convierte en cierta manera en Sherlock Holmes esforzándose al máximo por desentrañar la trama. La tensión es constante, el interés se mantiene a través del mecanismo de falsa resolución, es decir, a veces parece que hemos conseguido resolver el misterio y encajar cada pieza de la trama en su sitio para que la escena siguiente nos vuelva a desmontar nuestra teoría. Inland Empire es un experimento por sí misma que experimenta con sus espectadores. En ocasiones parece que nos reta y se burla de nosotros.

El problema que se nos plantea como espectadores es sencillo y a la vez casi imposible: dejar a un lado la razón para que nos llegue la emoción surgida de cada plano de forma individual, es decir, dejar que nuestros sentidos respondan ante los estímulos de forma irracional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario