
- Nacionalidad: Argentina y España, 2002
- Dirección: Carlos Sorin.
- Guión: Pablo Solarz.
- Fotografía: Hugo Colace.
- Interpretación: Javier Lombardo (Roberto), Antonio Benedictis (Don Justo), Javiera Bravo (María), Laura Vagnoni (Estela), Mariela Díaz (Amiga de María), Julia Solomonoff (Julia), Anibal Maldonado (Don Fermín), Magín César García (Cesar García), María Rosa Cianferoni (Ana), Carlos Monteros (Losa).
- Música: Nicolás Sorín.
- Producción: Martín Bardi.
- Duración: 92 min.
La película nos presenta tres historias de lo más simple y lo más conmovedor que se unen en el transcurso de un viaje al estilo de una road movie, enmarcado en el vasto terreno de la Patagonia Austral. El gran logro de Historias mínimas se convierte en acercarnos a situaciones cotidianas de gente de verdad.
Tres viajes y una historia
La historia principal es la de un anciano comerciante retirado, Don Justo, que pasa los días sentado frente a la que fuera su tienda de carretera, ahora regentada por su hijo. Emprende un largo viaje por encontrar a su perro perdido. Para ello tendrá que escapar a escondidas de su hijo, que no le permite viajar, y contar con la solidaridad de las gentes del lugar que lo ayudarán a llegar a San Julián y una vez allí a encontrar al animal. La determinación por volver a reunirse con el perro nos hace sospechar que existe una razón de peso para ello que descubriremos al final.
En su camino se encuentra con un comerciante que se dirige a visitar a una cliente viuda a cuyo hijo lleva una tarta de cumpleaños. Convencido, por la lectura de libros de autoayuda y éxito personal que él mismo vende, de que con este gesto conseguirá el amor de la mujer. Durante el trayecto comienza a dudar si René, el hijo de la cliente, es niña o niño, por lo que decide remodelar la tarta para hacerla unisex, valiéndose de la altruista colaboración de una señora mayor de un pequeño pueblo.
La historia más pequeña de las tres es la de María, una joven extremadamente pobre que ha sido seleccionada para participar en un concurso de televisión que se celebra en San Julián, cuyo mayor premio es un robot de cocina.
Esta es la tercera obra del director Carlos Sorín, que tras trece años dedicados a la realización publicitaria vuelve al cine para ofrecer un lenguaje totalmente opuesto al de los anuncios.
Culminación de un proceso de aprendizaje
Sorín es un director Argentino, nacido en Buenos Aires que estudió cine en la Universidad de La Plata e inició su carrera en cine publicitario bajo el amparo de Alberto Fischerman. Durante 20 años realizó labores de director de fotografía publicitaria y dirigió la iluminación de varios filmes underground, en su mayoría inéditos. Su primera obra, La era del Ñandú ,fue un falso documental realizado para la televisión argentina del que apenas quedan pruebas de su existencia. De hecho no suele aparecer entre su filmografía.
Su salto al cine se produjo en 1986 con La película del Rey. Cuenta la historia de un cineasta empeñado en rodar la vida de Orllie Amoine, un francés que se proclamó rey de la Patagonia. Con este historia del cine dentro del cine Sorín conquistó al público y la crítica.
Su segunda cinta, Eterna Sonrisa de New Jersey (1989) puede señalarse como la causa más plausible por la cual Sorín permaneció 13 años al margen de la realización cinematográfica. Una obra de gran presupuesto que contó con un numeroso equipo técnico y que acabó escapando al control del realizador, que no estuvo de acuerdo en el montaje final. A día de hoy la sigue considerando un fracaso personal. El propio Sorín afirma que el reconocimiento y los premios obtenidos con la anterior película nublaron su visión a la hora de enfrentarse a esta producción. Por ello, decidió permanecer alejado del cine el tiempo suficiente como para madurar y volver a recuperar la humildad perdida.
En Historias mínimas confluye toda la experiencia previa de Sorín. Recupera la labor de su primer filme y aplica la lección aprendida en el segundo y posteriores años de crecimiento personal. Con un presupuesto mínimo, un equipo muy profesional y reducido, con actores no profesionales y una idea aún más simple, bien trabajada, se construye este fragmento de vida que constituye la película. La idea de Sorín era hacer una película reduciéndolo todo al mínimo para dejar que la emoción fluyera directamente desde los actores a los espectadores.
La fuente documental
La película se mueve en la corriente de cine social-realista que tantas otras películas Argentinas, y en general latinoamericanas, promueven, pero se aleja de los núcleos urbanos para adentrarse en el desierto de la Patagonia. El realismo no viene dado únicamente por la temática sino también por elementos formales.
La manera en que se realiza, rodando el máximo material posible y planteando una puesta en escena flexible, emplea mecanismos propios del rodaje documental. Como también es propio de este lenguaje el dar forma al producto final en el montaje, momento en que verdaderamente se cierra el guión. Con estos recursos Sorín no busca esa máxima tradicional asociada al documental de mostrar la realidad tal y como es, sin mediaciones, pero sí busca transmitir esa sensación de apego absoluto a la verdad. Del acercamiento a la verdad y a las expresiones y gestos de los actores surge la intensidad dramática.
Por ello, fue fundamental la elección del casting, ya que en Historias mínimas no hay personajes, hay personas. Así los actores de la película son habitantes reales de la Patagonia, que comparten muchas cosas con los personajes que representan, ya que una vez que se decidió el casting definitivo Sorín llegó a reescribir en función de la personalidad de los seleccionados.
El rodaje se llevó a cabo con dos cámaras, para registrar mejor las reacciones “improvisadas”. Sorín no realizó un trabajo de dirección de actores al estilo convencional porque lo que le interesaba era precisamente la reacción real de los personajes frente a las situaciones que se les presentan. Por ello las escenas no están ensayadas, lo cual aporta aún más naturalidad a la actuación.
La eliminación de todo artificio que evidencie la ficción conlleva el empleo de luz natural en la mayor parte de las escenas. Esto lo permite también el hecho de que la mayor parte de la historia transcurra en la carretera, con la vasta extensión de la Patagonia de fondo. La relción fondo-figura, en especial en la escena en que Don Justo camina al borde de la carretera justo antes de ser recogido por la bióloga, evidencia la pequeñez humana frente a la inmensidad del paisaje. Como natural es la luz empleada también lo son los espacios: no hay estudio o reconstrucción alguna de los espacios, que son reales siguiendo el tono del resto de elementos de la película.
Todas estas técnicas prestadas del lenguaje documental consiguen transmitir una sensación de verdad, de realidad de las historias, que consigue traspasar la pantalla y llegar a los espectadores con tal naturalidad que apenas percibimos la ficción.
Transfondo social
La denuncia social permanece apegada a las historias como en un segundo plano, por debajo de la intensidad derivada de la simple contemplación de realidad.
El viaje del anciano por reencontrarse con su perro resulta ser un recorrido para conseguir la expiación de su alma. Esta historia aporta el componente dramático a la trama. El perro se había escapado pocos días después de que el anciano atropellara accidentalemnte a una persona a la que no se detuvo a prestar auxilio. Este acontecimiento fortuito estuvo años en su conciencia y sólo con el perdón final del perro queda liberado de la carga de la culpa.
Su familia le niega la ayuda que le hace falta para llegar a San Julián, lo cual da pie a Sorín a mostrar la amabilidad y solidaridad característica de la gente humilde. Su primera ayudante es una mujer que le ofrece llevarlo en su coche, sin que el anciano lo solicitase. Una vez que consigue llegar a su destino es un hombre el que le ofrece cobijo y compartir la cena con la promesa de acompañarlo a la mañana siguiente a buscar al perro. Para muchos nos es dificil comprender estos actos altruístas debido a la agitada y competitiva vida característica de los núcleos urbanos, en que no hay cabida para la solidaridad. Con ello, solo podemos sentirnos conmovidos ante la amabilidad entre desconocidos y avergonzados por no prodigarla.
Roberto, el comerciante, detiene su vida para conseguir el amor de una mujer. Su fe en los libros de autoayuda que vende resulta un tanto rídicula y enternecedora a la vez.
Las historias se van alternando en el transcurso de la trama e incluso el personaje de Roberto y el anciano realizan un trayecto del viaje juntos. En cada parada aparece la televisión como elemento de fondo al que Sorín realiza una crítica desgarradora sobretodo en la historia de María. El cutrísimo plató de televisión aparece para desmitificar esa imagen falsa de la televisión asociada con el glamour. El desinterés del presentador así como de las personas encargadas de la producción del programa hacia María, una mujer que desprende ternura por todos sus poros, contrasta con la solidaridad del resto de secundarios que aparecen en la trama. Lo que transmite es un sentimiento de fuerte repulso hacia el mundo corrompido del espectáculo.
El recorrido que hacemos junto con los personajes está plagado de pequeñas situaciones dramáticas y pequeños milagros cotidianos. Al final, al contrario de lo que normalmente sucede con este tipo de películas, hay sitio para la esperanza. El sentimiento que queda es el de haber convivido por unos horas con tres personas que nos han permitido acercarnos a su vida y sus dilemas personales. Este acercamiento lo hacemos a través de la mirada de Sorín que pone la camara al servicio de la belleza contenida en la simplicidad de situaciones cotidianas de gente verdad.


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