
Al hablar de Gran Torino es imposible perder de vista la figura de Clint Eastwood y el patriotismo americano.
El filme narra la historia de un anciano amargado, despegado de su familia, racista, violento y solitario que arrastra un pasado negro por el cual se siente culpable. La película arranca con el funeral de la esposa, cuya última voluntad es que su marido se confesara. El personaje de Eastwood, Walt kowalski vive en un barrio al que han ido llegando inmigrantes hmong, de los que no quiere saber nada. Walt establecerá una relación de amistad con un chico joven al que ayudará a encaminar su vida y del que recibirá a cambio el cariño que no le proporcionan sus hijos ni nietos. El personaje cambia para mostrar su faceta más humana siempre dentro de su rol de héroe americano.
Walt kowalski recuerda sistemáticamente a tantos otros personajes que ya interpretara el actor a lo largo de su carrera (Harry el Sucio, La Trilogía del Dólar, etc.) de tal forma que el espectador puede “elegir” según preferencias con quien se queda. Su indiferencia respecto a la religión, manifestada en la relación que mantiene con el sacerdote, esconde en realidad su ferviente fe. Huye de la iglesia no porque no sea religioso sino al contrario, su fe es tan grande que no se atreve a enfrentarse a “Dios” por temor a ser rechazado por sus pecados. Esta idea del rechazo es la que se oculta tras cada faceta del personaje, su filosofía puede resumirse con la frase atacar es la mejor defensa. Esta máscara tras la que se oculta va desapareciendo conforme se abre a sus vecinos. Sin embargo, este proceso de cambio no se produce de forma gradual sino bruscamente. En tres escenas vemos a un nuevo Walt, que conserva rasgos del anterior pero suavizados.
El filme resulta demasiado predecible. En todo momento sabemos que sucederá a continuación. Además cada idea que transmite se verbaliza,sin cabida para sutilezas, todo es explicito de tal forma que resulta insultante para el espectador. Como insultante también resulta que se presente a un personaje violento que gusta de emplear su rifle ante cualquier imprevisto que surja, excepto al final, como héroe americano, como ejemplo a seguir. Ese héroe o antihéroe, según se mire, ensalza un “americanismo” rancio, anclado en el pasado y que me niego a creer como modelo de patriotismo contemporáneo. Todo ello, provoca en el espectador no americano un distanciamiento respecto a la historia y los personajes, que aumenta debido al doblaje en castellano, sobre todo de los pandilleros que resultan cómicos en vez de amenazadores.
En resumen pretende ser una película con vistas a ensalzar el patriotismo en el mercado interior y a presentar al héroe americano al resto del mundo. Sinceramente me avergüenza que un personaje como el que aquí presenta Eastwood se convierta en estandarte de EE.UU.
Harry el Sucio y El Capitán América


